Tiempo en potencia. "El momento justo"

viernes, 28 de mayo de 2010

Jesucristo: Manifestación de Dios


Jesucristo es la manifestación del amor del Padre

    Nos dice el evangelio de San Juan: “Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”.

    Este amor tiene una doble dimensión: Humana y divina. Jesucristo nos ama como hombre perfecto que es al encarnarse en el seno de María Virgen, quien a su vez lo ha dado al mundo pecador para que se salve. Pero también es el amor divino de su Persona como Hijo de Dios. En efecto, Jesucristo nos da su amor divino-humano con toda la perfección que lo caracteriza. No puede existir otro amor tan perfecto y tan inconmensurable como el de nuestro Salvador.

    El mundo pecador está lleno de odios, rivalidades, injurias, crímenes, etc., que desgraciadamente enturbian y entristecen la vida de muchas personas, familias e instituciones. Hoy constantemente nos damos cuenta por los medios de comunicación social y a través, incluso, de la propia experiencia, acerca de los abusos y extorsiones de todo tipo que han sembrado angustias, tribulaciones, inseguridades y miedo.

    Este mundo de enfermedades y miedos, ha de ser iluminado y confortado con la luz de Cristo. A este respecto nos dice Jesús en el evangelio de hoy: “La causa de la condenación es ésta: Habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran. En cambio, el que obra el bien conforme a la verdad, se acerca, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.

Creer en Jesucristo como luz del mundo, es conseguir la salvación temporal y eterna

    La enseñanza de las Sagradas Escrituras y el Magisterio constante de la Iglesia, nos enseñan que no existe bajo el cielo y sobre la tierra otro nombre por el cual seamos salvados. Este bendito nombre es el de Jesucristo, Salvador del género humano.

    Por esta fe en Jesús, nos llega “la incomparable riqueza de su gracia y de su bondad para con nosotros”, nos dice San Pablo en su Carta a los Efesios.

    Adoctrinados de esta manera, podemos concluir recordando también las palabras de Pablo en la Carta a los ]Efesios: “Somos hechura de Dios, creados por medio de Cristo Jesús, para hacer el bien que Dios ha dispuesto que hagamos”.

    Este bien se extiende a todos los hermanos: los creyentes y no creyentes. Es el bien de la gracia y el amor de Cristo Redentor, que como luz brillante y eficiente, brota de su Corazón para perdonar los pecados a quienes se arrepienten de ellos y para inundar de gozo y esperanza ciertos a todo aquel que en estos momentos de la historia, sufre ante los embates y pruebas de la existencia fijos los ojos en Cristo, el consumador de nuestra fe, esperanza y amor… en medio de las tinieblas del mundo y oteando luminosamente la trascendencia “del más allá” en la vida eterna…

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