Tiempo en potencia. "El momento justo"

viernes, 28 de mayo de 2010

Sacerdotes y pedofilia


    No hay que ser demasiado suspicaz para darse cuenta que actualmente existe una desatada campaña de desprestigio contra la Iglesia Católica, fruto de los muchos, dolorosos e imperdonables casos de pedofilia de los que se ha sabido.

    En efecto, aun cuando estos terribles hechos no tengan justificación, e incluso en algunas situaciones resulten más graves que el común de los casos, hay que ser mínimamente objetivo para intentar ver las cosas en su justa medida, para lo cual –creo– resulta muy iluminador tener en cuenta algunos datos.

    El primero, es que muchos de los casos que ahora se ventilan corresponden a situaciones acaecidas hace 30, 40 o incluso 50 años atrás, por lo que no se trata, como muchos pretenden, de una “epidemia” dentro de la Iglesia. De hecho, que todos estos casos sean puestos ahora en la palestra, es una buena prueba de este auténtico complot contra la Iglesia.

    El segundo, es que por desgracia, la pedofilia es una lacra muy extendida, como lo confirma el constante desmantelamiento de redes de pedofilia y de pornografía infantil en todo el mundo. Esto significa, aunque cueste creerlo, que la demanda por este tipo de sexualidad es tremendamente alta, lo que muestra que algo muy malo está pasando en nuestras sociedades.

    En tercer lugar, y tomando en cuenta lo anterior, que los casos de pedofilia cometidos por sacerdotes y religiosos no llegan ni al 1% del total (lo cual, se insiste, no pretende justificarlos). Por tanto, un mínimo de objetividad exige que las cosas se contextualicen. Mas no, hoy toda la atención está centrada en la Iglesia, como si fuera la única culpable.

    En cuarto lugar, muchos han alzado la voz, señalando que los casos de pedofilia serían una prueba contundente de lo pernicioso de la castidad, esto es, que precisamente debido a ella, sacerdotes y religiosos han perpetrado estos abusos, como una vía de escape a una sexualidad reprimida. Sin embargo, si esto fuera realmente cierto, podría llegarse a una conclusión asombrosa: que los sacerdotes y religiosos implicados habrían tenido, hasta cierto punto, una excusa o atenuante para cometer estos horrendos actos: precisamente, su castidad. Pero, de ser así (cosa que no lo es, por cierto), ¿cuál es la causa que explica el 99% de casos de pedofilia restante, en que claramente sus autores no practican la castidad?

    Finalmente, y aunque se haya silenciado bastante, la gran mayoría de los casos de pedofilia (se habla de más del 80%) han sido cometidos contra niños y jóvenes, lo cual demuestra que muchos de sus autores son homosexuales. De ahí precisamente la decisión de la Iglesia de hace algún tiempo de prohibir su ordenación, justamente para impedir eventos tan dolorosos como estos.

    En fin, son sólo algunas reflexiones, cuyo propósito es intentar que seamos más objetivos a este respecto.

"Normalización" de la pedofilia




    A raíz de la presentación por parte del Dr. Robert Spitzer ante la American Psychiatric Association (APA), de un trabajo en el que se propone eliminar a la pedofilia de la lista de alteraciones mentales graves, la APA publicó, el 17 de junio, una declaración en la que reafirma el criterio médico sobre la pedofilia. 

    La APA desde 1968, incluyó la pedofilia en su manual de Diagnóstico y Estadísticas sobre Desórdenes Mentales (siglas en inglés DSM). El comunicado insiste en que la pedofilia sigue clasificada como un desorden mental severo (DSM-IV-TR). 

    Dice, además, que “un adulto que se involucra en actividades sexuales con un niño realiza un acto criminal e inmoral y esta conducta no puede ser nunca considerada normal o socialmente aceptable”. Darel A. Regier, director de investigación de la APA, declaró “no hay planes o procedimientos para remover las parafilias de la lista de reales desórdenes mentales”. 

    Basándose en una postura más ideológica que médica, Spitzer reconoce que para remover la pedofilia de la lista de enfermedades mentales, hay que seguir el mismo camino de presión y escándalo mediático, que siguió el “lobby” homosexual a principios de los años 70, consiguiendo, en 1973, eliminar la homosexualidad de la lista de enfermedades del manual de Diagnóstico y Estadísticas de la APA. 

    Para estos “especialistas en identidad de género”, la pedofilia es “normal y saludable”, y sólo “los prejuicios culturales y religiosos” impiden que sea aceptada socialmente, y proponen no sólo una “reclasificación médica”, sino también un cambio en todas las legislaciones del mundo que condenan la pedofilia. 

    Como en otros temas, por ejemplo el derecho a la vida, los llamados “progresistas” dicen que quienes se oponen al cambio son fundamentalistas que imponen a la sociedad sus convicciones culturales y religiosas, ignorando lo que naturalmente rechaza cualquier ser humano normal. 

Denuncias en la ONU 

    Según Lifesite, por primera vez en la historia, en el seno del Comité de seguimiento de la Convención de Derechos del Niño, una ONG (Real Woman of Canada), denunció la presión homosexual sobre los menores. 

    El informe de Real Woman, presentado en Ginebra el pasado 10 de junio, en los colegios de enseñanza media de Canadá -país que acaba de reconocer derechos jurídicos y sociales a las parejas de gays y lesbianas-, las organizaciones de homosexuales instan a los chicos a probar el estilo de vida homosexual y enseñan a considerar la homosexualidad como una opción más, “válida y saludable”. 

    Real Women, denunció además, ante el Comité de seguimiento de la Convención del Niño, que el gobierno de Canadá, ha ignorado más de medio centenar de trabajos científicos que desaconsejan la adopción de menores por parejas de gays y lesbianas. 

    Recordemos la recomendación sobre salud de los adolescentes, dada a conocer por el Comité, de la que dimos cuenta en NG 588 (15-06-03). En ella se pide a los estados el reconocimiento de plenos derechos sexuales y reproductivos para los menores, que incluyen la llamada perspectiva de género, sin intervención de sus padres. La recomendación se basa en una concepción perversa del principio de no-discriminación y del principio de confidencialidad. 

En Iberoamérica 

    Como anunciaron hace pocos días las agencias de prensa, en el Parlamento de Chile se presentó un proyecto de ley de reconocimiento de las parejas homosexuales. Buenos Aires, Argentina, desde noviembre de 2002, tiene el triste record de ser la primera ciudad latinoamericana que reconoció legalmente a “las parejas de hecho”. En San Pablo, Brasil, el gobierno del estado, desde hace dos años, “instruye” a maestros y profesores de colegios, en programas de no-discriminación por opción sexual, en los que se presenta la homosexualidad y otras patologías anexas, como “normales y aceptables socialmente”. 

    En el ámbito del Foro de la Sociedad Civil en preparación de la XXXIII Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA), Sociedad Civil y Gobernabilidad, la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO, anunció en Santiago de Chile, la organización del “‘Seminario-taller: estudios culturales, homosexualidades y estrategias de identidad en Chile’ a realizarse el 26 y 27 de junio de 2003 surge como una necesidad de generar espacios de reflexión e interrogantes entre actores sociales y políticos de organizaciones gay/lésbicas y académicos, que permita visualizar líneas de debate y construcción de una agenda académica y política acerca de las homosexualidades en Chile. Su objetivo es el de actualizar el debate chileno sobre las políticas de identidad y sexualidades desde de los estudios culturales. Con él, se pretende además; cartografiar los actuales debates teóricos en materia de identidad y sexualidades, la re-construcción histórica de los discursos de la diferencia en Chile en la década de los noventa del siglo XX, y la generación de un espacio de reflexión y diálogo teórico en materia de políticas de identidades y sexualidades’”. 

    Es decir, para la nueva sociedad global, la aceptación de la homosexualidad, y por supuesto del aborto, es condición de gobernabilidad. 

    FLACSO, es una de las instituciones que intenta imponer una ideología anticristiana: feminista, eco-feminista y neomarxista basada en la educación desde la perspectiva de género en América Latina. Intervienen en el proyecto las organizaciones abortistas: Red de Salud Mujeres Latinoamericanas y del Caribe, ISIS Internacional, CLADEM, IPPF y Católicas por el Derecho a Decidir. (vid. NG 277, Chile: Principales instituciones que difunden la perspectiva de género, 29-12-99). 

    El exdirector de FLACSO en Argentina, Daniel Filmus, es el actual ministro de Educación Nacional del gobierno del presidente Néstor Kirchner. Filmus, hasta hace un mes, era Secretario de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, cuya cabeza es Aníbal Ibarra. Bajo este gobierno, un verdadero “bunker” de feministas y abortistas, la Ciudad de Buenos Aires, “obtuvo” su ley de salud reproductiva (aborto encubierto); se sancionó la ley de uniones civiles (homosexuales); se dio entrada en los colegios a los miembros de la Sociedad Gay-Lésbica; la llamada “anticoncepción de emergencia” se convirtió en política de salud, distribuyéndose la píldora del día después en los hospitales públicos; por resolución de la Secretaría de Salud, la ligadura de trompas fue aceptada como método anticonceptivo; etc.

"Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre"



¿Se puede anular un matrimonio?

    Para la Iglesia no existe el divorcio sino lo que existe es la nulidad del matrimonio. Esto quiere decir que se declara que nunca existió el vínculo matrimonial, es decir, nunca hubo matrimonio.

    La Anulación o más propiamente llamado el Decreto de Nulidad, es cuando el Tribunal de la Iglesia encuentra, que algunas de las promesas del matrimonio que fueron intercambiadas, por lo menos faltaba algun elemento escencial para que un matrimonio sea válido, como por ejemplo, que una de las partes no intentaba ser fiel de por vida a la otra parte o que nunca pretendía tener hijos. Otro ejemplo sería que una de las partes era incapaz del matrimonio ( debido a alguna debilidad física, como enfermedad mental o alguna condición psicológica que impide cumplir con el compromiso matrimonial como la homosexualidad etc.)

    Un Decreto de Nulidad no disuelve el matrimonio. Si alguien está aprovechándose del proceso con engaño, esto sería un pecado muy grave para esa persona. Una persona que entra inocentemente en un segundo matrimonio no es culpable de pecado, pero la persona que se aprovechó del proceso para obtener fraudulentamente el decreto, y así poder casarse de nuevo cometería adulterio en su nuevo casamiento.

    El proceso para obtener un Decreto de Nulidad supone la entrega de los hechos del matrimonio, con testigos de los mismos, al Tribunal Diocesano del Matrimonio. Cualquiera de las partes lo puede hacer. Después de la evaluación debida de los hechos, el juicio sobre la validez del mismo es realizado. Una segunda corte, normalmente una Diócesis vecina, debe verificar la sentencia y esta debe ser aprobada por un Obispo. Cualquiera sea la decisión, esta puede ser apelada a la Rota Romana (la corte de los matrimonios de la Santa Sede).

    Como este es un proceso voluntario, la mayoría de las Diócesis estiman unos costos para cubrir los gastos administrativos que este proceso acarrea. Si este estipendio es una carga muy pesada se debe pedir su eliminación.

    Si el Decreto de Nulidad se otorga, la pareja queda libre para volverse a casar, a menos que la condición que llevó a la toma de decisión (Ej. falta de intención, enfermedad mental, incapacidad, falta de madurez) siga existiendo. Entonces la persona que tiene ese problema sigue estando incapacitada para el matrimonio, pero la otra pareja que no tiene el problema está libre para volverse a casar.

El matrimonio es indisoluble

    El matrimonio es un sacramento y está, por su propia naturaleza, por encima de la ley humana. Fue instituido por Dios, está sujeto a la ley Divina, y por tal razón, no puede ser anulado por ninguna ley.

    De hecho, los que contraen matrimonio lo hacen bajo su propia voluntad, pero deben asumir el contrato y sus obligaciones incondicionalmente. El matrimonio es natural en propósito, pero Divino en su origen. Es sagrado, concebido por el Autor de la vida para perpetuar su acto creativo, engendrar los hijos de Dios, la unión de la pareja en el amor.

    La Ley humana, ciertamente reconoce el matrimonio, pero el matrimonio al no haber sido instituido por el hombre, tal ley, no puede anular sus propiedades indispensables.

    El matrimonio es monógamo e indisoluble; sólo la muerte disuelve la unión una vez consumada. Cuando los hombres pretenden ser los árbitros definitivos del contrato matrimonial, éstos basan su reclamo en la suposición de que este contrato es meramente de institución humana y que no está sujeto a otras leyes que vayan más allá de las leyes humanas.

    Pero la sociedad se originó por el matrimonio, no el matrimonio por la sociedad humana. El Matrimonio fue destinado por el Creador para la propagación de la raza humana y la mutua ayuda de esposo y esposa.



Lo que dice el Catecismo


    El Catecismo de la Iglesia Católica dice que "los protagonistas de la alianza matrimonial son un hombre y una mujer bautizados, libres para contraer el matrimonio y que expresan libremente su consentimiento.El Catecismo explica que "ser libre" quiere decir: no obrar por coacción; no estar impedido por una ley natural o eclesiástica".

    La Iglesia considera el intercambio de los consentimientos entre los esposos como el elemento indispensable "que hace el matrimonio". Si el consentimiento falta, no hay matrimonio.


    En el número 1627 se sostiene que el consentimiento consiste en "un acto humano, por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente: "Yo te recibo como esposa" - "Yo te recibo como esposo". Este consentimiento que une a los esposos entre sí, encuentra su plenitud en el hecho de que los dos "vienen a ser una sola carne".



    Es por eso que el consentimiento debe ser un acto de la voluntad de cada uno de los contrayentes, libre de violencia o de temor grave externo. Ningún poder humano puede reemplazar este consentimiento Si esta libertad falta, el matrimonio es inválido.

    Por esta razón (o por otras razones que hacen nulo e inválido el matrimonio, la Iglesia, tras examinar la situación por el tribunal eclesiástico competente, puede declarar "la nulidad del matrimonio", es decir, que el matrimonio no ha existido.

    El Catecismo dice que "en este caso, los contrayentes quedan libres para casarse, aunque deben cumplir las obligaciones naturales nacidas de una unión precedente".

    Más adelante señala que "el vínculo matrimonial es establecido por Dios mismo, de modo que el matrimonio celebrado y consumado entre bautizados no puede ser disuelto jamás. Este vínculo que resulta del acto humano libre de los esposos y de la consumación del matrimonio es una realidad ya irrevocable y da origen a una alianza garantizada por la fidelidad de Dios. La Iglesia no tiene poder para pronunciarse contra esta disposición de la sabiduría divina (cf CIC, can. 1141)".

La verdadera discriminación

    ¿Hasta dónde podemos legitimar sin discriminar? Para no discriminar tendríamos que legitimar, además de la homomonogamia (el matrimonio de uno con uno) y de la homomonogamia lésbica (de una con una), la homopoligamia (de uno con unos), la homopoligamia lésbica (de una con unas), la promiscuidad (de dos o más varones con otros dos o más), la promiscuidad lésbica (de dos o más mujeres con otras dos o más), la heteropoligamia (de uno con unas), la heteropoliandria (de una con unos), la poliandria bisexual (de una con unas y unos), la poligamia bisexual (de uno con unas y unos), y la promiscuidad bisexual limitada (de dos o más unas y unos con dos o más unas y unos). Y todo ello sin incorporar casos de uniones "legitimables" en las que incorporemos a humanos no adultos, a no humanos de las distintas especies, o, incluso a medio humanos (ya que las posibilidades de hibridación que nos avanza la manipulación genética son cada vez más numerosas).

    Consideremos de entrada el matrimonio entre hombre y mujer y preguntémonos si precisa este matrimonio el reconocimiento o apoyo del Estado para que exista. Sabemos que no: el matrimonio y la familia existen mucho antes que el Estado, en el orden cronológico, en el social, y también en el orden ontológico. Entonces, ¿por qué han decidido todos los estados reconocer y beneficiar el matrimonio entre hombre y mujer? Si no es para crearlo, ¿por qué le dan reconocimiento y legitimación explícita?

    Alguno podrá argumentar que quizá sea para darle un sello oficial de aprobación moral o de validez religiosa. Podría ser esta parte de la razón en algunos estados teocráticos, pero no en la gran mayoría de los que hoy reconocen y legitiman el matrimonio heterosexual, porque la mayoría de estos estados son no-confesionales, democráticos y libres. Por otra parte, si el apoyo moral o religioso fuera el fin de su reconocimiento, habría que preguntar porqué el Estado no da apoyo oficial a otros importantes vínculos religiosos -como la ordenación de los sacerdotes o el voto de los monjes- o a las muchas amistades que forman la base de la sociedad civil. ¿Por qué no hay un registro oficial de amistades donde podamos apuntarnos cada vez que tengamos nuevos amigos o amigas?

    La respuesta es evidente. El Estado tiene un interés especial en la unión entre hombre y mujer porque es el único vínculo que puede generar nuevos seres humanos, seres indefensos pero imprescindibles para la comunidad. Este interés especial no implica una desaprobación estatal indirecta de los monjes ni de los amigos en general. Es verdad que hay cierto sello simbólico a favor de la familia en la que se enmarca el matrimonio entre hombre y mujer, pero este sello moral no es el fin que el Estado persigue; se trata solamente de un efecto secundario. La meta del reconocimiento y de la legitimación jurídica del matrimonio heterosexual por parte del Estado es el bien de los hijos. Y este bien se quiere por razones evidentes a todos: si no se protegen y no se educan con cuidado, y por muchos años, no tendremos una nueva generación de ciudadanos capaces de asumir su papel en la libertad ordenada que es la democracia.

   Para la protección y la formación de los niños, que son muy vulnerables, se necesita una familia unida, un padre y una madre que puedan resistir las fuerzas desintegradoras que vienen desde dentro y desde fuera, y se necesita hasta unos abuelos que pueden respaldar a los padres y a los hijos. Por lo tanto, el Estado hace todo lo que puede para fortalecer el vínculo matrimonial. Insiste en un compromiso refrendado públicamente e impone unos derechos y deberes mutuos para todos los miembros de la familia. Más aún, el Estado, reconoce los sacrificios que tienen que hacer los padres, sacrificios para sus hijos, sí, pero sacrificios que sirven también al bien común y al interés general de la sociedad. Estos sacrificios merecen una recompensa y hasta un cierto incentivo por parte del Estado. Por eso se proponen ventajas especiales para la amistad matrimonial, para que la gente forme y conserve esta amistad a pesar de las dificultades que puedan surgir. Estas ventajas pueden y deben reflejarse, y así ocurre en la mayoría de los países, en el reparto equitativo de las cargas fiscales, en el acceso a las ventajas de la seguridad social, y en el derecho civil en general.

    En este sentido se entiende que el Estado deba otorgar también un seguro y una ventaja jurídica específica a cualquier persona casada que elija apartarse de su carrera profesional pública para dedicarse al cuidado de los hijos. Para hacer a los niños menos vulnerables, esta persona (por lo común, la madre, pero a veces también el padre) se hace a sí misma muy vulnerable. Comparte voluntariamente la vulnerabilidad y la dependencia de los niños. Sabe que está perdiendo defensas frente al divorcio o frente a la muerte del que gana los ingresos familiares. De este modo, aunque sea una persona adulta y potencialmente independiente, ella merece una atención y hasta un subsidio especial amparado por el derecho. La justicia, el bien de los niños y el bien común así lo requieren.

    Todo lo mencionado hasta ahora no es nada sorprendente pues se deriva de los requerimientos de equidad vigentes en cualquier sociedad moderna. Lo que sí es sorprendente es cómo nos olvidamos de ello cuando se trata de legitimar como familia las uniones entre personas del mismo sexo. Por ejemplo, se dice a menudo que los homosexuales no tienen libertad de casarse y de tener una vida familiar normal y que, por tanto, hay que adecuar una legislación para que ello sea posible. Pero no es cierto. Lo mismo que el matrimonio heterosexual ya existe antes de cualquier reconocimiento estatal, las amistades homosexuales también pueden existir sin certificación oficial. No certificar no es prohibir. Tanto los gays y las lesbianas como los monjes tienen plena libertad de hacer votos de fidelidad sin pedir permiso a estado alguno. Incluso si se crease una religión que pueda aprobar y llamar "matrimonio" a su unión, el Estado también lo permitiría. Una vez que se ha conseguido la no punibilidad de sus actos sexuales, los homosexuales no pueden decir que haya obstáculo alguno que les impida formar uniones permanentes de amistad a su libre arbitrio.

    Entonces, ¿por qué seguir debatiendo la cuestión? ¿Qué se pretende? Otra vez la respuesta resulta clara. Quieren los beneficios indirectos y directos que el Estado da a los matrimonios entre hombre y mujer en orden a la conformación de familias. Se pide el "sello de aprobación" que tiene la familia tradicional. Pero esta pretensión resulta de un malentendido. La aprobación estatal que tiene la familia es solamente para que logre criar bien a los hijos, no para que goce de algún estatus religioso o moral. El Estado moderno no tiene ningún propósito directo en dar sellos aprobatorios a ciertos tipos de amistades ni a ritos particulares de iniciación, ya sean primeras comuniones o bailes de debutantes. Según John Stuart Mill, el gran pensador liberal en su famoso ensayo On Liberty, "sólo cuando hay daño definido o un riesgo concreto, bien al individuo o bien al público, sale el caso del marco de la libertad y entra en el de la moralidad y el derecho".

    En el caso que nos ocupa el Estado presume que las personas adultas no precisan permisos morales especiales para el ejercicio de su libertad. Proponer que el Estado dé tales sellos y permisos es proponer volver a un estado pre-democrático y pre-liberal. No obstante, vemos que se sigue insistiendo en que el Estado reconozca o legitime unos permisos morales concretos y explícitos referidos a las uniones homosexuales, ¿por qué? Se suelen presentar tres argumentaciones.

1.- Los que quieren el reconocimiento estatal y la legitimación que se deriva para las uniones homosexuales suelen responder: "Pero aparte de cualquier sello simbólico, el apoyo del Estado nos ayudaría a formar amistades más fuertes y perdurables. Y este sería un gran beneficio porque disminuiría el caos o la provisionalidad que a menudo existe en nuestras vidas sexuales".

    Bien, puede ser cierto este argumento. Pero es también un argumento pre-ilustrado traido de otros tiempos afortunadamente superados, basado en el paternalismo y en el supuesto papel activo que debería ejercer el Estado para proporcionar una feliz relación afectiva a sus ciudadanos. El apoyo estatal a los matrimonios heterosexuales no precisa basarse hoy en día en nada de eso. Para justificar sus ventajas jurídicas es suficiente la meta de proteger y formar bien a los hijos. De aquí que tengamos que negar validez a este argumento.

2.- Los defensores del carácter familiar de la unión homosexual pueden retomar la discusión afirmando: "Pero nosotros también podemos tener hijos. Con la ayuda de otras personas fuera de nuestras parejas, podemos adoptar niños, por ejemplo". Este argumento tiene un poco más de fuerza, porque se basa en el bien de los niños. Pero no convence tampoco. Como es sabido, los niños no pueden venir desde dentro de una pareja de un solo sexo, sino solamente desde fuera. Entonces, no hay (y no puede haber en una comunidad libre) ningún interés de parte del Estado en la promoción misma de tales parejas. El interés de la comunidad surge solamente cuando otras personas dan a estas parejas la posibilidad de criar niños. Ahí sí, el Estado tiene un interés que debe ejercer. Ante todo, tiene que decidir si el bien de los niños permite que sean adoptados por parejas formadas por personas de un mismo sexo. Solamente si se resuelve esta cuestión afirmativamente, tiene el Estado un interés en fortalecer y legitimar estas parejas.

    Es decir, no hay ninguna necesidad de sancionar la unión de hecho como familia hasta que se apruebe en principio la adopción de niños -y aún así- el reconocimiento estatal vendría en el momento de cada adopción y no en el momento original de formar cada pareja.

3.- Podemos esperar una tercera objeción: "Si no quieren reconocer nuestras uniones porque no son fértiles en sí, ¿Cómo es que se reconocen matrimonios entre heterosexuales infértiles o entre gente mayor?" Se puede responder que no hay heterosexuales en sí infértiles, o sea, acerca de los cuales se sabe sin más con certeza absoluta que no pueden tener hijos. También, aunque fuera posible comprobar la imposibilidad de la fecundación en algunas parejas, esta comprobación requeriría una invasión de la vida privada políticamente inaceptable, y, además, muy costosa. Así es razonable que el Estado presuma que exista la posibilidad de tener hijos en cada pareja de hombre y mujer.

    En el caso de los matrimonios entre personas mayores, la argumentación tendría sentido si y solo si esas personas no pudiesen procurar como abuelos un bien (en el que se proyecta la imagen del matrimonio) a sus nietos o a los niños en general. Como ello está lejos de poderse argumentar fuera de casos muy aislados, tampoco creemos que la objeción sea de recibo.

    Aparte de la necesidad de intervenir en la vida privada para proteger a los niños, el Estado debe abstenerse de cualquier otra intervención en los ámbitos afectivos. No debe pretender certificar oficialmente todas y cada una de las amistades aprobadas o amparadas por la comunidad donde se den. La razón de esta abstención no es solamente guardar la pureza de la doctrina liberal sobre la no injerencia. La razón fundamental es la protección que el igual trato debe de brindar a cualquier unión, es decir: el principio de no discriminación.

    La sanción legitimadora de la unión homosexual por el poder estatal sería injusta para todos los otros estilos de vida que también pueden aspirar a disfrutar del beneficio de la legitimación familiar y que ahora quedan fuera de la sanción estatal. Hablamos aquí no sólo de los monjes que pueden aspirar a constituir una familia monacal, sino también de las muchas y variadas combinaciones de personas y fines que puedan darse al albur de la libertad de elección. ¿Cómo podemos excluir, por ejemplo, a la poligamia u otras formas de matrimonio plural, o a las "comunas de amor libre" si vuelven a estar de moda? Incluso ¿por qué quedarnos solamente con las uniones afectivas en las que hay contacto físico aunque solo sea visual? ¿Por qué no certificar todas las amistades o uniones que la gente quiera registrar, incluso las virtuales?

    En este contexto conviene que traigamos a colación con mención explícita las distintas situaciones que pueden presentarse en tiempos más o menos cercanos, dadas las razones de legitimación que ampara el principio de no discriminación consagrado en casi todos los ordenamientos jurídicos del mundo. La pregunta que nos hacemos es ¿hasta dónde podemos legitimar sin discriminar? Veamos a lo que nos referimos en el supuesto de que no nos paramos en la heteromonogamia (matrimonio de uno con una) sino que intentamos abarcar, con el propósito de no discriminar, todas las situaciones posibles que puedan darse o se dan en la vida real.

    Para no discriminar tendríamos que legitimar, además de la homomonogamia (el matrimonio de uno con uno) y de la homomonogamia lésbica (de una con una), la homopoligamia (de uno con unos), la homopoligamia lésbica (de una con unas), la promiscuidad (de dos o más varones con otros dos o más), la promiscuidad lésbica (de dos o más mujeres con otras dos o más), la heteropoligamia (de uno con unas), la heteropoliandria (de una con unos), la poliandria bisexual (de una con unas y unos), la poligamia bisexual (de uno con unas y unos), y la promiscuidad bisexual limitada (de dos o más unas y unos con dos o más unas y unos). Y todo ello sin incorporar casos de uniones legitimables en las que incorporemos a humanos no adultos, a no humanos de las distintas especies, o, incluso a medio humanos (ya que las posibilidades de hibridación que nos avanza la manipulación genética son cada vez más numerosas).

    También podemos, en caso de que el legislador esté interesado, incorporar en las distintas y casi infinitas combinaciones que acabamos de mencionar, los diferentes tipos de relación diacrónica de las variadas combinaciones mencionadas con respecto a la descendencia, según sea adoptada o no. Y, por último, también podemos incorporar al cuadro de posibles situaciones, la incógnita de la duración, pues siempre será conveniente para evitar discriminaciones estipular distintos marcos jurídicos para el paso de una situación a otra según el tiempo que haya durado la anterior. Ni qué decir tiene que el multifamilismo resultante daría al traste con la posibilidad de distinguir y reconocer la familia.

    Hemos de decir que la apertura hacia todos estos reconocimientos es de hecho una meta perseguida por algunas personas que escriben a favor del equiparamiento entre el matrimonio de personas del mismo sexo y familia. Por ejemplo, el profesor David Chambers de la Universidad de Michigan ha escrito: "Si el derecho matrimonial puede concebirse [simplemente] como algo que facilita las oportunidades de dos personas de vivir una vida emocional que les parece satisfactoria… el derecho debe ser capaz de lograr lo mismo para unidades de más de dos… [El] efecto de permitir el matrimonio entre personas del mismo sexo puede consistir en volver a la sociedad más receptiva hacia la evolución del derecho en otra dirección".[1] Otra conocida estudiosa que apoya la causa de estas uniones ha dicho que: "Hay pocos límites a los tipos de matrimonio… que la gente podría querer crear… Quizá algunos se atreverían a cuestionar las limitaciones diádicas del matrimonio occidental y buscar algunos de los beneficios de la vida familiar ampliada a más personas, a través de matrimonios de grupos pequeños, arreglados para compartir recursos, cuidado y trabajo".[2]

    ¿Qué pasaría si siguiéramos estos consejos y proporcionáramos un mismo apoyo público a todas las formas de vida que algunas personas pueden encontrar emocionalmente satisfactorias? Por lo menos multiplicaríamos la injusticia de forzar a todos los que no estén de acuerdo con estas supuestas formas de vida familiar a subvencionarlas a través de sus impuestos. E, incluso, a promocionarlas a través de la escuela pública y de la escuela concertada.

    Pero es probable también que los costos directos e indirectos llegarían al final a un punto en el que serían simplemente demasiado altos para compensar pagarlos. Hablamos no sólo de los costos económicos sino también de la calidad de vida en la sociedad civil. ¿Queremos realmente un registro oficial de amistades? Aunque no nos coaccionara el Estado a registrarnos, sino solamente ofreciera incentivos positivos, ¿no sería una intrusión demasiado grande en la vida privada?, ¿no perderíamos mucho en cuanto a la libertad y la flexibilidad en los vínculos personales?, ¿no habríamos creado una burocracia excesiva?

    Por todas estas razones, creemos que rechazaríamos la tentación de extender al infinito la lista de uniones que pueden recibir el sello y apoyo de la comunidad. Pero si hemos aprobado unas uniones solamente para su bien privado emocional, y no para el bien público de los hijos, cada omisión de esta lista será atacada con razón como una discriminación. Creemos que al fin y al cabo, la comunidad se retiraría de toda la tarea de apoyo a cualquier tipo de relaciones. No se abstendría de proteger y educar a los niños, pero lo haría solamente en guarderías públicas. Dejaría de certificar y de subsidiar todo tipo de amistad, incluso el matrimonio heterosexual. Es posible que entonces desapareciera la institución jurídica del matrimonio y con ella también la familia en la que los humanos nos realizamos como tales.

    Nuestras palabras finales, como resumen, son las siguientes: en el presente y futuro del debate sobre la familia lo más importante es tener muy claro qué no es familia. Sólo teniendo claro este punto podremos dar eficaz protección y amparo a los seres más amables, a las criaturas más necesitadas, a las personas mejor preparadas para el regalo y el amor. Solo en la medida en que separemos la familia de otras situaciones podremos dar a los niños, nuestros hijos, lo que nuestros mayores nos dieron a nosotros: un mundo dónde vivir, querer y morir como humanos. Esperemos que así sea y que para ello rectifiquemos algunos errores que ya han empezado a diseminarse entre nosotros.

¿La homosexualidad es una desviación?

Para comprender bien la postura de la Iglesia Católica, es importante distinguir entre la homosexualidad, la persona homosexual y los actos homosexuales

    El término homosexualidad se refiere a todos los actos sexuales que se llevan a cabo entre dos personas del mismo sexo. Son las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia las personas del mismo sexo.

    En algunos casos, se ha descubierto que la homosexualidad puede tener un origen físico, ocasionado por falta o exceso de hormonas y puede llegar a ser curada con tratamientos médicos.

    Pero, en la mayoría de los casos, la homosexualidad tiene un origen psicológico, causada por falta de cariño, exceso de severidad o permisividad de los padres, malos ejemplos, desarrollo de malas costumbres y hábitos, alguna experiencia de abuso sexual durante la niñez o fracasos afectivos durante la adolescencia. En estos casos, la persona debe recibir toda la ayuda espiritual y psicológica que necesite.

    Cualquiera que sea el origen de la tendencia homosexual, que la Iglesia deja su investigación en manos de la ciencia, los actos homosexuales son siempre considerados una desviación, porque son contrarios a la naturaleza misma de la sexualidad, cuyo fin es la entrega mutua y la procreación.

    La actividad homosexual no expresa una unión complementaria capaz de transmitir la vida, y, por lo tanto, contradice la esencia misma de la sexualidad.

    Los actos homosexuales son siempre desordenados y contrarios a la Ley Natural, pues sólo buscan el placer por el placer mismo, sin contemplar la procreación y la donación mutua. Eso no significa que las personas homosexuales no sean generosas y no se donen a sí mismas, pero cuando se empeñan en una actividad homosexual, refuerzan dentro de ellas una inclinación sexual desordenada, en sí misma caracterizada por la autocomplacencia.

    Como sucede en cualquier otro desorden moral, la actividad homosexual impide la propia realización y felicidad porque es contraria a la sabiduría creadora de Dios.

    Para comprender bien la postura de la Iglesia Católica, es importante distinguir entre la homosexualidad, la persona homosexual y los actos homosexuales.

    La Iglesia acepta a las personas homosexuales como hijos de Dios y como miembros de la Iglesia llamados a vivir en castidad toda su vida.

    De igual manera, la Iglesia reconoce que existe la homosexualidad como tendencia, por ser un fenómeno que acompaña a la humanidad desde sus inicios.

    Lo que nunca podrá aceptar la Iglesia, son las prácticas o actos homosexuales, que en todo momento son pecaminosos, por ser contrarios a la naturaleza humana y al plan de Dios para los hombres.

    Existen textos muy claros en las Cartas de San Pablo (Nuevo Testamento) donde condena estos actos y la doctrina de la Iglesia vertida en el Catecismo en el número 2358 es muy clara también al respecto.

    Por tanto, aceptar a las personas homosexuales o aceptar que existe la homosexualidad como tendencia, no significa que la Iglesia acepte las prácticas homosexuales.

    Las personas homosexuales deben ser respetadas y acogidas por la sociedad y la Iglesia los invita a vivir en castidad, puesto que los actos homosexuales son contrarios a la ley moral y por tanto, constituyen un pecado grave.

Reflexión sobre la homosexualidad




    Se ha publicado recientemente la edición actualizada y en castellano (Eunsa, 2000) de la obra original: Homosexuality and Hope, cuyo autor es el psicólogo holandés Gerard J.M. van den Aardweg, especializado en terapia de la homosexualidad. Dado el interés del libro y la actualidad del tema, me ha parecido oportuno exponer algunas reflexiones sobre la homosexualidad desde una perspectiva médica.

Tolerancia pero claridad en las ideas

    Toda persona (con independencia de sus inclinaciones sexuales) merece el máximo respeto. Pero una cosa es el respeto absoluto a la persona y otra muy distinta aceptar la propaganda homosexual que se transmite desde algunos medios de comunicación insistiendo en que la homosexualidad es una condición normal y que el estilo de vida gay es algo maravilloso.

    No se puede admitir la ideología de género (como pretenden los grupos de gays y lesbianas) :intentan presentar el género sexual (masculino-femenino) como un producto meramente cultural. La sociedad ideal (según estos grupos) debería caminar hacia una ´indiferenciación sexual´para que cada persona modelara su propia sexualidad a su gusto.

¿El homosexual nace o se hace?

    Básicamente se han argumentado dos teorías para explicar la homosexualidad:hereditaria y psico-social:

     a) Respecto a la teoría hereditaria se puede afirmar que no se conoce actualmente base científica alguna para sostenerla y sobrevive por la insistente propaganda gay exclusivamente. Los cromosomas de los homosexuales son normales,tanto cuantitativa como cualitativamente. Incluso los casos de hermafroditas (individuos con tejidos gonadales masculino y femenino), que son biológica y genéticamente hembras (y que tienen un exceso de testosterona desde la fase embrionaria) no presentan predisposición a ser lesbianas.

    Hasta ahora, por tanto, ningún factor genético (sexual o de otro tipo) ha sido descubierto como elemento diferenciador de personas con tendencias homosexuales. No hay base científica para mantener esta teoría.

     b)Teoria Psicosocial: lo habitual es que la homosexualidad sea el resultado de una incorrecta educación moral y sexual. En opinión del autor antes mencionado, la homosexualidad obedece a un trastorno psíquico, que define como una neurosis autocompasiva. Los sentimientos homosexuales surgen al sentirse deficiente en la propia masculinidad o femineidad, tal como es percibido por el niño o adolescente en su comparación con los demás (en el fondo sería un complejo de inferioridad respecto al propio sexo, concluye el autor).

¿Puede superarse la homosexualidad? 

    La respuesta es afirmativa para este psicólogo holandés, especialista en terapia de la homosexualidad, al que venimos haciendo referencia. De ahí el título de su libro: Homosexualidad y esperanza. La neurosis homosexual -dice- puede superarse como otras neurosis. Y presenta su experiencia en el tratamiento de 101 personas homosexuales, con un alto éxito terapéutico. Por ello concluye textualmente: "una actitud fatalista respecto a la mutabilidad de la inclinación homosexual no está justificada".

    La homosexualidad no tiene base orgánica conocida. Parece ser una neurosis autocompasiva en opinión de un experto en este tema.Y lo más importante quizás se puede curar.

Jesucristo: Manifestación de Dios


Jesucristo es la manifestación del amor del Padre

    Nos dice el evangelio de San Juan: “Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”.

    Este amor tiene una doble dimensión: Humana y divina. Jesucristo nos ama como hombre perfecto que es al encarnarse en el seno de María Virgen, quien a su vez lo ha dado al mundo pecador para que se salve. Pero también es el amor divino de su Persona como Hijo de Dios. En efecto, Jesucristo nos da su amor divino-humano con toda la perfección que lo caracteriza. No puede existir otro amor tan perfecto y tan inconmensurable como el de nuestro Salvador.

    El mundo pecador está lleno de odios, rivalidades, injurias, crímenes, etc., que desgraciadamente enturbian y entristecen la vida de muchas personas, familias e instituciones. Hoy constantemente nos damos cuenta por los medios de comunicación social y a través, incluso, de la propia experiencia, acerca de los abusos y extorsiones de todo tipo que han sembrado angustias, tribulaciones, inseguridades y miedo.

    Este mundo de enfermedades y miedos, ha de ser iluminado y confortado con la luz de Cristo. A este respecto nos dice Jesús en el evangelio de hoy: “La causa de la condenación es ésta: Habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran. En cambio, el que obra el bien conforme a la verdad, se acerca, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.

Creer en Jesucristo como luz del mundo, es conseguir la salvación temporal y eterna

    La enseñanza de las Sagradas Escrituras y el Magisterio constante de la Iglesia, nos enseñan que no existe bajo el cielo y sobre la tierra otro nombre por el cual seamos salvados. Este bendito nombre es el de Jesucristo, Salvador del género humano.

    Por esta fe en Jesús, nos llega “la incomparable riqueza de su gracia y de su bondad para con nosotros”, nos dice San Pablo en su Carta a los Efesios.

    Adoctrinados de esta manera, podemos concluir recordando también las palabras de Pablo en la Carta a los ]Efesios: “Somos hechura de Dios, creados por medio de Cristo Jesús, para hacer el bien que Dios ha dispuesto que hagamos”.

    Este bien se extiende a todos los hermanos: los creyentes y no creyentes. Es el bien de la gracia y el amor de Cristo Redentor, que como luz brillante y eficiente, brota de su Corazón para perdonar los pecados a quienes se arrepienten de ellos y para inundar de gozo y esperanza ciertos a todo aquel que en estos momentos de la historia, sufre ante los embates y pruebas de la existencia fijos los ojos en Cristo, el consumador de nuestra fe, esperanza y amor… en medio de las tinieblas del mundo y oteando luminosamente la trascendencia “del más allá” en la vida eterna…

Dios: Misterio Inefable






    "El misterio de Dios nos desborda absolutamente y al mismo tiempo condiciona todo el significado humano y cristiano de nuestra vida. Dios nos ha dado la capacidad de intuir su existencia y su presencia envolvente."


    El problema está cuando por querer abarcar a Dios, nos hacemos falsas imágenes de Él, o cuando nos lo imaginamos a nuestra semejanza (como un señor de larga barba que anduviera flotando por no se sabe qué lugar de la estratosfera). No se puede hacer de Dios una caricatura.


    Cuando dentro de la fe cristiana se habla de Dios, hay que hacerlo necesariamente como Dios Padre. El Padre Dios por excelencia, en el sentido de predilección que por el término "Padre" tiene el Nuevo Testamento, tanto en los Sinópticos, como en Juan y en los escritos paulinos.


    El misterio de Dios se hace aún más inabarcable, si es lícito hablar así, pero al mismo tiempo más inefable cuando Cristo nos descubre que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

    · Padre de Nuestro Señor Jesucristo: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” (2 Cor 1, 3; Ef 1, 3).




    · Dios nuestro Padre".

    Y este Padre es:
    · “Un solo Dios, el Padre” (1 Cor 8, 6).
    · Señor de cielo y tierra
    · Todopoderoso
    · Misericordioso
    · Omnipotente...

    Términos acuñados ya en el Antiguo Testamento: sobre todo en los Salmos; en Isaías; Oseas, etc.

    Y en el Nuevo Testamento: Cristo nos presenta a Dios como Padre misericordioso (baste recordar la parábola del padre misericordioso, en el hijo pródigo, y tantos pasajes como: "Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó" (Ef 2, 4); "Padre misericordioso y Dios de toda consolación" (2 Cor 1, 3); “Jesús revela el rostro de Dios Padre 'compasivo y misericordioso'” (Sant 5, 11)...

     Para terminar: La “experiencia de Dios” para por el “Sentido” o “fundamento” de nuestra vida. Dios es la “consistencia” y “seguridad” de nuestra vida.

    Dios, que se ha revelado constantemente en la Historia, sigue manifestándose en nuestra historia personal. Dios es quien conduce la historia. Porque Dios no es un Dios ausente, sino presente en la Historia humana.

Descubrir a Dios en la Biblia

Tradición Bíblica


    Si nos atenemos a la Revelación de Dios en la tradición bíblica: La Biblia resulta fundamental, porque no sólo es la revelación del misterio de Dios, sino que ilumina también, y de qué manera, el misterio de la condición humana.

    La Constitución Dei Verbum, ( nn. 2-6) del Concilio Vaticano II señala:
     · Es comunicación de la vida de Dios
     · Se realiza mediante "obras y palabras intrínsecamente ligadas"
     · Es una revelación progresista
     · cuya plenitud se encuentra en Cristo.

    Curiosamente, la revelación de Dios es, ante todo:
     · una comunicación de su vida a la humanidad
     · que se realiza en hechos concretos (por ejemplo, todo el acontecer que narra el Éxodo, etc.)
     · en palabras (pensemos en los profetas)
     · que actúa de manera progresiva
     · y que tiene en Cristo su culminación.

    El Antiguo Testamento, y por consiguiente, el pueblo protagonizado en él, tiene el mérito de presentar a Dios como:
     · un "ser personal"
     · "uno"
     · "comprometido" en la realización de la historia humana.

    El Antiguo Testamente presenta, por consiguiente, un pueblo con “sentido”. Una vida orientada hacia Dios. Este “sentido” cobra más plenitud en el Nuevo Testamento. Si en el Antiguo Testamento aparece Dios como “Creador”, en el Nuevo Testamento aparece como Padre.


La Revelación de Dios se hace plena en Cristo


    El mensaje de Jesús fue el anuncio de la llegada del Reino, para lo cual exige una actitud: la conversión, (Mc 1, 14), el cambio radical de vida, en una palabra, “dar sentido”, con lo cual el Evangelio es verdaderamente revelación de Dios y su Reinado, Buena Nueva.

    Y es Buena Nueva porque Cristo nos presenta a Dios como Padre. Una paternidad que nada tiene que ver con la realidad de la paternidad humana. Por el contrario, la paternidad de Dios es lo que da origen y sentido a la paternidad humana y no al revés: "De Él toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra" (Ef 3, 14-15).


    Dios es Padre, y Cristo se manifiesta como el Hijo. Jesús llega a emplear, dirigiéndose a Dios una palabra de la vida cotidiana: Abbá. El término "Abbá" denota familiaridad ("papá") y Jesús tuvo la audacia de utilizarlo para relacionarse con Dios. Y lo más precioso, que siendo Él el Hijo, nos engloba en esa filiación también a nosotros. De ahí se concluye que la revelación que Cristo nos hace de Dios como Padre es:
     · La gran noticia cristiana.
     · El corazón del Evangelio.
     · El núcleo de la fe cristiana.
     · La fuente de la salvación.

    Para llegar a este momento de la comprensión del misterio de Dios, y Dios manifestado en Cristo como Padre, ha habido toda una manifestación anterior: Dios manifestado en la Historia de Salvación. En esa Historia de Salvación:
     · Dios ha tomado la "iniciativa" en el Plan de Salvación.
     · La Historia de la Salvación culmina en Cristo.

    En consecuencia, de todo lo anterior se deduce que la “experiencia de Dios” es posible, cuando sabemos ubicarnos en nuestro sitio, y desde nuestra limitación, dejar a Dios ejercer el protagonismo que le corresponde. Porque Él es:
     · el origen y la meta de la vida
     · el Dios y Padre de Jesucristo y en Él de todos nosotros.

Descubrir a Dios en nosotros




    Con frecuencia se oye decir que “hay que tener experiencia de Dios”. Y se da por buena tal expresión en cuanto que manifiesta una necesidad vital. Pero, estrictamente hablando, de Dios no se puede tener experiencia directa. Dios no es tangible, no es objeto de laboratorio. Pero sí indirecta.


    Desde ese punto de vista, la primera experiencia de Dios somos nosotros mismos. Hay muchos caminos, sin duda, para llegar a Dios. El primero es uno mismo. Se necesita tener experiencia de uno mismo. Que es lo mismo que decir “tener el sentido de nuestra propia vida”.


    Este sentido está marcado por las tres lo preguntas básicas de la existencia humana: 
    · ¿De dónde vengo?
    · ¿A dónde voy?
    · ¿Qué sentido tiene mi presencia en este mundo? 

    Tras esta toma de conciencia personal, podemos suponer que organizamos y dirigimos toda la vida hacia Dios. Así las cosas, Dios mismo será quien cambie y reorganice nuestro horizonte de sentido.

    Aunque parezca una frivolidad afirmarlo la vida, ante todo, hay que vivirla. Porque la vida humana es, antes de nada, "apropiación": es decir, necesitamos hacerla nuestra, vivirla nosotros mismos; en definitiva, amarla. Lo cual, aunque parezca simple, no es tan fácil. 

    Amar la vida es también darle un significado. En sí misma es un valor. Sólo cuando se descubre su valor, valga la redundancia, la valoramos. 

    Y daremos sentido a la vida desde la dimensión sapiencial que le imprimamos. Quiere decir, que hace falta una cosmovisión de la vida misma y su entorno. No estamos solos en el mundo, ni dependemos de nosotros solos. 

    Posiblemente, por el sentido de los contrarios, valoraremos más la vida desde el sentido de la muerte. Desde la conciencia diáfana de la finitud aparecen los interrogantes básicos de la existencia humana: el "por qué"· y el "para qué" .

    En esos interrogantes entra, por supuesto, y de modo primordial, el problema Dios. Porque Dios no es evidente. Es objeto de fe. Y sin embargo, Dios es necesario, es imprescindible. Es el sentido último y total de nuestra existencia. 

    Sin "sentido" no se puede vivir. Y la vida tiene sentido si se lo damos, de lo contrario, estaríamos vaciando de contenido lo más valioso que tenemos: la misma vida. 

    Una vez que hemos tomado conciencia del sentido de nuestra propia vida, resulta más fácil remontarse hasta quien es el Sentido total de nuestra existencia: Dios 

    Porque Dios se ha manifestado y se manifiesta de muchas maneras, como se expresa la carta a los Hebreos (Hebr 1,1). Para un creyente, acudir a la Biblia es una gran ayuda, porque ayuda mucho a la comprensión de la misma fe. Pero incluso para quien no tuviere el don de la fe, hay que recordar que Dios no se revela sólo en la Biblia, o en los acontecimientos que ésta recoge, para ser más exacto; lo hace también:
    · antes y fuera de la revelación bíblica:
    · en las grandes Religiones antiguas y actuales,
    · en las Sabidurías milenarias (de Asia y de África, y otros Continentes),
    · en el Corazón de las personas de buena voluntad,
    · en los Signos de los tiempos (tan aludidos por Juan XXIII)
    · en la cultura y en la historia de los grupos humanos.
    · etc. 

    Dios se manifiesta, pues, de innumerables maneras. La manifestación de Dios ha adoptado y adopta diversas formas que para nosotros resultan fácilmente asequibles y comprensibles. Por ejemplo: 
    · las formas cosmológicas (la manifestación de Dios la vinculamos a una realidad cósmica de lugar, fenómeno cósmico, etc.);
    · las formas antropomórficas (entendemos la adaptación de la divinidad a la historia humana: (divinidades de las diversas culturas: griega, romana, etc);
    · las formas ideológicas (ahí entran en juego nuestras categorías mentales, filosóficas, etc, por las que podemos captar el misterio de Dios). 

    Para un cristiano resulta fácil entender la manifestación de Dios acudiendo a la Biblia. Sin embargo, hay otras manifestaciones de la divinidad antes y fuera de la revelación bíblica. Pensemos por ejemplo en:

    · Las cosmovisiones de algunas Religiones Orientales (por ejemplo el Hinduismo). 
    · Las cosmovisiones de la divinidad (o divinidades) del mundo griego y romano).

jueves, 13 de mayo de 2010

BIENVENIDA

ESTE BLOG SE PROPONE, MOSTRAR AL UNICO DIOS VERDADERO, MANIFESTADO DESDE ANTIGUO A ISRAEL Y MOSTRADO AHORA A TODOS LOS HOMBRES