Tiempo en potencia. "El momento justo"

viernes, 28 de mayo de 2010

Descubrir a Dios en nosotros




    Con frecuencia se oye decir que “hay que tener experiencia de Dios”. Y se da por buena tal expresión en cuanto que manifiesta una necesidad vital. Pero, estrictamente hablando, de Dios no se puede tener experiencia directa. Dios no es tangible, no es objeto de laboratorio. Pero sí indirecta.


    Desde ese punto de vista, la primera experiencia de Dios somos nosotros mismos. Hay muchos caminos, sin duda, para llegar a Dios. El primero es uno mismo. Se necesita tener experiencia de uno mismo. Que es lo mismo que decir “tener el sentido de nuestra propia vida”.


    Este sentido está marcado por las tres lo preguntas básicas de la existencia humana: 
    · ¿De dónde vengo?
    · ¿A dónde voy?
    · ¿Qué sentido tiene mi presencia en este mundo? 

    Tras esta toma de conciencia personal, podemos suponer que organizamos y dirigimos toda la vida hacia Dios. Así las cosas, Dios mismo será quien cambie y reorganice nuestro horizonte de sentido.

    Aunque parezca una frivolidad afirmarlo la vida, ante todo, hay que vivirla. Porque la vida humana es, antes de nada, "apropiación": es decir, necesitamos hacerla nuestra, vivirla nosotros mismos; en definitiva, amarla. Lo cual, aunque parezca simple, no es tan fácil. 

    Amar la vida es también darle un significado. En sí misma es un valor. Sólo cuando se descubre su valor, valga la redundancia, la valoramos. 

    Y daremos sentido a la vida desde la dimensión sapiencial que le imprimamos. Quiere decir, que hace falta una cosmovisión de la vida misma y su entorno. No estamos solos en el mundo, ni dependemos de nosotros solos. 

    Posiblemente, por el sentido de los contrarios, valoraremos más la vida desde el sentido de la muerte. Desde la conciencia diáfana de la finitud aparecen los interrogantes básicos de la existencia humana: el "por qué"· y el "para qué" .

    En esos interrogantes entra, por supuesto, y de modo primordial, el problema Dios. Porque Dios no es evidente. Es objeto de fe. Y sin embargo, Dios es necesario, es imprescindible. Es el sentido último y total de nuestra existencia. 

    Sin "sentido" no se puede vivir. Y la vida tiene sentido si se lo damos, de lo contrario, estaríamos vaciando de contenido lo más valioso que tenemos: la misma vida. 

    Una vez que hemos tomado conciencia del sentido de nuestra propia vida, resulta más fácil remontarse hasta quien es el Sentido total de nuestra existencia: Dios 

    Porque Dios se ha manifestado y se manifiesta de muchas maneras, como se expresa la carta a los Hebreos (Hebr 1,1). Para un creyente, acudir a la Biblia es una gran ayuda, porque ayuda mucho a la comprensión de la misma fe. Pero incluso para quien no tuviere el don de la fe, hay que recordar que Dios no se revela sólo en la Biblia, o en los acontecimientos que ésta recoge, para ser más exacto; lo hace también:
    · antes y fuera de la revelación bíblica:
    · en las grandes Religiones antiguas y actuales,
    · en las Sabidurías milenarias (de Asia y de África, y otros Continentes),
    · en el Corazón de las personas de buena voluntad,
    · en los Signos de los tiempos (tan aludidos por Juan XXIII)
    · en la cultura y en la historia de los grupos humanos.
    · etc. 

    Dios se manifiesta, pues, de innumerables maneras. La manifestación de Dios ha adoptado y adopta diversas formas que para nosotros resultan fácilmente asequibles y comprensibles. Por ejemplo: 
    · las formas cosmológicas (la manifestación de Dios la vinculamos a una realidad cósmica de lugar, fenómeno cósmico, etc.);
    · las formas antropomórficas (entendemos la adaptación de la divinidad a la historia humana: (divinidades de las diversas culturas: griega, romana, etc);
    · las formas ideológicas (ahí entran en juego nuestras categorías mentales, filosóficas, etc, por las que podemos captar el misterio de Dios). 

    Para un cristiano resulta fácil entender la manifestación de Dios acudiendo a la Biblia. Sin embargo, hay otras manifestaciones de la divinidad antes y fuera de la revelación bíblica. Pensemos por ejemplo en:

    · Las cosmovisiones de algunas Religiones Orientales (por ejemplo el Hinduismo). 
    · Las cosmovisiones de la divinidad (o divinidades) del mundo griego y romano).

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